Muchos entusiastas

En México, siempre es tiempo electoral. Siempre estamos mirando al futuro, principalmente para imaginar quién será el próximo presidente. Antes de que empiecen las campanadas para arrancar las campañas políticas y que todo sea legal, antes de que sean los tiempos ya hay muchos entusiastas que alegremente se postulan por su propio albedrío a la mayor candidatura.

Perece que aquí lo que cuenta es el entusiasmo, lo de menos es la preparación, la experiencia, las posibilidades para ejercer tan alta aspiración. Por eso, muchos entusiastas aspiran y los que tienen más suerte compiten. No llegan los más preparados, eso es evidente ya que cuando se sientan y deben gobernar, nada más no se les iluminan las ideas y no ven ni cómo empezar.

Entre los entusiastas ha habido de todo, los que van derecho y no se quitan, los que han acariciado el sueño y perseveran o a los que les cae la oportunidad en las manos, así, de repente. El problema es que tanto entusiasmo nos sale caro, carísimo.

Pagamos campañas largas, eternas que sirven de hoyos para que el dinero se pierda en pendones, volantes,artículos publicitarios que luego acaban en la basura, en vez de usar todos esos recursos en aliviar los dolores de esta nación.

Se arrancaron las campañas para el gobierno del Estado de México, antesala de la presidencia de la República. Ya se fijaron las posiciones, se forjaron las coaliciones y sin que hubiera un respiro ya andan los entusiastas de derecha e izquierda levantando la mano y haciéndose notar como mejor pueden los que quieren ser presidentes. No dieron ni darán resultados en sus actuales posiciones y ya andan a brincos para ver si alcanzan.

Y nosotros, una vez más, seremos horrorizados con sonrisas artificiales, promesas insustanciales, proyectos que se diluirán cuando, después del entusiasmo llegue la realidad de gobernar esta nación tan compleja.

El fin de la era de Trump

Los votantes estadounidenses decidieron. Se dio batalla, una dura batalla y después de una carrera muy pareja, de un escrutinio minucioso y de una larga espera se conoció el veredicto. Joe Biden logró los 270 votos necesarios para ser presidente de los Estados Unidos de América. La decisión del electorado abre una nueva etapa para la vida del país de las barras y las estrellas en particular y para el mundo en general. 

​Se da carpetazo a la era de Donald Trump, un hombre que siendo todavía el presidente de los Estados Unidos se quedó solo, sin el apoyo de su partido ni de los medios de comunicación que tradicionalmente lo apoyaron. No parece que vayan a prosperar los intentos que se hacen para deslegitimar el conteo de votos. Ni modo, lo que no se ganó en las urnas, no se logrará en los tribunales. El panorama se complica para un hombre que no admite con pundonor el fracaso.

​Por supuesto, ya lo sabíamos, Donald Trump no acepta la victoria del candidato demócrata ni reconoce que Biden lo supera por una diferencia que es ya irreversible. Ganaron los demócratas y perdió en actual presidente. Sigue en la necedad de ir a dirimir su continuidad en el poder con argucias legales. Se acaba la era de la cachaza, de la boca floja, de la verdad a medias, de las divisiones que se forjan con certezas mal cocinadas, con mentiras flagrantes y con cinismo rampante. 

​El camino que falta por recorrer desde hoy hasta el veinte de enero en que se debe de dar la transmisión de poder, parece largo. Nos atemoriza pensar en lo que sucederá –ya está sucediendo–, si Trump no tiene la grandeza de miras para aceptar lo que ya es un hecho: perdió. Es uno de los pocos presidentes de los Estados Unidos que no logró reelegirse. Es el primero que sigue dividiendo a una nación que queda fracturada después de años de escuchar discursos de odio. 

​En la era de Trump, el nepotismo fue un sello de la casa. En estos años, atestiguamos despidos, dimisiones, ceses, principalmente de aquellos que trataron de llamarlo a la cordura. Vimos a un presidente de los Estados Unidos mentir mientras estaba rodeado de los símbolos nacionales. No podíamos creer que un mandatario expresara ideas tan ofensivas para las mujeres, que insultara tanto a los latinos, un supremacista blanco que no tuvo pudor para disimularlo, un hombre que le dio la espalda a la verdad, un vociferante que usó todos los medios a su alcance para exhibir su estatura moral, cultural, diplomática y política. Nunca un hombre tan alto lució tan pequeño.

​El legado de Donald Trump es una sociedad dividida por las verdades a medias y por las falsas noticias. Muchos de sus simpatizantes escucharon estas insolencias y las creyeron como si fueran palabras de oro. Un hombre que se subió a los cuernos de la luna y se mareó. Un personaje que se burlaba de los perdedores y hoy está paladeando los frutos amargos que brotaron de las semillas que sembró. Sin embargo, uno de los legados que deja esta era es haber expuesto la forma en la que la mitad de la población de Estados Unidos piensa y siente. Atestiguarlo, no deja de ser triste e intrigante.

​Con Trump, se descorrió el velo de la segmentación de un país que repudió la diversidad, cuando antes era su fuente de mayor riqueza. Los Estados Unidos le dieron la espalda a aquello que les daba identidad, repudiaron al migrante, cuando ellos son una nación que se forjó a partir del esfuerzo y del trabajo de manos que llegaron de fuera para hacerla grande. Dividió y ganó, pero no por mucho tiempo.

​El actual presidente de los Estados Unidos desperdició la oportunidad histórica que se le presentó en bandeja de plata. Su cortedad de miras y sus aspiraciones tan inmediatas lo llevaron a convertirse en el hombre antorcha que, en vez de brillar, se incineró gracias a la mecha tan limitada con la que siempre se condujo. Así, hoy Donald Trump está a las puertas de la Casa Blanca y ojalá esté haciendo las maletas y salga con elegancia de un espacio que le quedó grande. Veremos.

Joe Biden no tiene un panorama sencillo, el legado de su antecesor es grande, es grave y no es glorioso. Se acaba la era en la que se privilegió la promesa facilona, la mentira flagrante, el cinismo y la frivolidad como sustentos de una forma de gobernar que hizo mucho daño a los Estados Unidos y al mundo en general. Dicen por ahí, que cuando veas las barbas de tu vecino cortar, hay que poner las tuyas a remojar, ¿verdad?

Más divididos

La sentencia estaba dictada desde antes. La elección confirmó lo que ya nos sospechábamos. Estados Unidos amanece más dividido que ayer, si es que esto es posible. Las elecciones de medio término son una muestra de la polarización profunda que existe en la sociedad estadounidense. El miedo volvió a rendir frutos, sálvese quien pueda.

Ni demócratas ni republicanos son peritas en dulce, en realidad ambas fracciones le han pasado facturas amargas al mundo. Sus visiones están encontradas y la división afecta la objetividad. Los medios de comunicación se polarizan y en vez de analizar en forma seria, se dedican a atacar y a lanzar jitomatazos a diestra y siniestra elevando el encono. Claro, ellos no son los únicos. El Presidente Trump les ha ayudado muchísimo.

El discurso de lavadero se está poniendo de moda. Los golpes de timón y los manazos sobre la mesa se vuelven prácticas comunes. A muchos, todo esto les parece normal. Usar vocabulario soez, provocar la desinformación, apoyarse en datos falsos, mentir, manipular ya resultan naturales en el ejercicio de la cotidianidad. Lo hacen demócratas y republicanos, lo hace Fox News y CNN, y muchos en el planeta observan, aprenden y copian el estilo. No falla poner atención.

Lo cierto es que las elecciones intermedias en Estados Unidos era aburridas y ahora jalaron la atención mundial. Las casas encuestadoras cumplieron y ahora sí dieron en el clavo: resultado dividido. Veremos si la voluntad del pueblo estadounidense sirve para darle impuso a la democracia y si le dieron fuerza al autoritarismo.

Hoy, lo primero que se ve en la escena es un país dividido. Aún más dividido, si es que eso podía ser posible.

Nos tocará ser oposición

La democracia es así, no siempre se gana. México cambia, las instituciones salieron fortalecidas. Queda claro de que no hubo fraude electoral. Se respetó el voto. La gente que apoyó al ganador está feliz, entre los que no, hay miedo. El triunfo es indiscutible, tanto es así que los opositores de Andrés Manuel López Obrador ya salieron a reconocer su derrota, nobleza obliga.

Las promesas que se hicieron y que inflamaron esperanza ahora tendrán su momento de verdad. Si creemos todo lo que se dijo, habrá motivos de felicidad y entenderemos a todos los que hoy sonríen de oreja a oreja y tuvieron fe en AMLO. Adiós a la corrupción y bienvenidas las propuestas que nos lleven a tener un país mejor. En el discurso en el que se asumió como presidente electo, Andrés Manuel dijo que habrá libertad y garantizó que podremos decir lo que queramos, emprender y buscar un modo productivo de vida, dijo que apoyara a los empresarios y que México será un país en el que se podrá ser feliz. ¿Qué más queremos?

Los Pinos se convertirán en un espacio público, el avión presidencial se pondrá en venta, el presidente electo prescindirá de las escoltas que lo cuiden, se acabarán las pensiones de los expresidentes, se revisarán ciertos contratos y tantas cosas que le escuchamos a él, a sus cercanos y a sus seguidores que nos llevarán a ser el vestíbulo del cielo. Nada me haría más feliz que creer que así será. Soy una mujer de fe, elevo la mirada al cielo y le pido a Dios porque así sea. Pero, me gana el escepticismo.

Hay que saber perder y acatar el mandato del pueblo. La mayoría optó por López Obrador y no podemos convertirnos en aquello que criticamos. Hay que poner la fuerza y la voluntad para que el próximo presidente salga adelante con la responsabilidad que se echó a la espalda. No lo tendrá fácil. Es momento de tender la mano y fincar puentes. Nos llegó el tiempo de ser oposición, de presentar en forma respetuosa nuestros desacuerdos y servir de testigos cuando lo que se prometió, se haya cumplido. También, nos toca vigilar si sucede lo contrario. Nos llegó el momento de ser contrapunto. De nada sirve llorar ni quejarse, es momento de asumir que somos diferentes y que nos une un interés genuino: si López Obrador logra su cometido y le va bien a México, nos irá bien a todos los mexicanos.

El viejo dinosaurio 

El PRI más que un gato al que jamás se le acaban las vidas, es como un viejo dinosaurio que cada día adquiere nuevas mañas. Cualquiera entiende que un anciano tiene manías, pero se le disculpan por la sabiduría que ha alojado a lo largo de los años. Lo malo es que el Partido Revolucionario Institucional parece cada vez menos listo, menos ilustrado, menos prudente. La sapiencia no está en los inventarios registrados en su almacén.

La corrupción mancha al partido tricolor, se les notan las costuras y da vergüenza ver el legado. Claro que no es lo mismo Diaz Ordaz que Peña Nieto, la metamorfosis se ha dado. Y, justo es decir, que no todo ha sido malo. Pero al paso del tiempo, las cualidades de antiguos mandatarios priistas se han perdido: la capacidad oratoria de José López Portillo, la sagacidad de Carlos Salinas de Gortari, la sobriedad de Miguel de la Madrid, la disciplina económica de Ernesto Zedillo. Y, desde luego, estos notables tampoco fueron brillantes del todo, tuvieron lunares muy oscuros que ensombrecieron su gestión. También hubos cosas buenas de otros priistas: las formas de Jesús Reyes Heroles, las ideas de Jesús Silva Herzog, los conocimientos del Ing. Félix Valdés, aspectos positivos que hubo y que de verdad existieron. 

No se trata de hacer un panegírico del PRI, es al revés. En otras épocas hubieron sujetos como Fidel Velázquez, Jongitud Barrios o la mismísima Elba Esther Gordillo. Se trata más bien de ver que el dinosaurio se está poniendo peor. El presidente Peña no tiene esa capacidad para hablar en público como la de José López Portillo, ni es capaz de disciplinar a su equipo y mantenerlo en unidad como Diaz Ordaz, ni tiene gente en su gabinete de la talla de Javier Barros Sierra. Se extrañan  presencias al frente del país que tengan madera de estadistas, se echan de menos esas mentes estrategas que tenían visión y amor por México.  Me imagino al primer secretario de Comunicaciones y Transportes frente a Ruiz Esparza y lo que le diría sobre entubar un manantial en una vía rápida de largo itinerario sin que se verifique el peso del transporte que va a pasar por ahí. El socavón es sólo una muestra del envejecimiento del PRI.

El partido es como ese viejito necio y soberbio que no se da cuenta de que todos a su alrededor se están enfandando de tener aue cuidarlo. Este dinosaurio viejo está sacando chispas pues sus usos y costumbres ni encajan con la actualidad ni le gustan a la gente. Basta ver anuncios espectaculares pagdos, dando gracias al señor presidente por los favores recibidos. ¡Ay, Dios! Y, si esto es así, ¿por qué sigue ganando? Parece que las opciones que tiene el electorado tampoco convencen mucho que digamos. Pero, no se deben confiar. Sus márgenes de éxito se han reducido mucho. 

Pobre dinosaurio viejo. Abre candados para una candidatura que lleva a un ciudadano a postularse a la Presidencia de la República. Como ya está viejito, le falla la memoria. Ya se le olvidó que cuando hizo algo similar con Ernesto Zedillo, se enfrentó a la alternancia del poder. Perdió la silla grande. Claro, fueron circunstancias muy diferentes. Hoy, Margarita o Roberto no se acercan a lo que fue el fenómeno de Vicente Fox y López Obrador no es Cuahutémoc Cardenas. 

Parece que este viejo, además de experiencia, tiene suerte. ¿Le alcanzará?

La lección para la izquierda en el Estado de México

El Estado de México amanece sin novedades. Después de un susto en la madrugada, cuando la página del PREP daba cuenta de que Delfina tomaba la delantera y entre las once de la noche y la una de la mañana la izquierda de Morena acariciaba la gubernatura, el PRI conserva su bastión amado y los mexiqueses dicen más vale malo por conocido que bueno por conocer. Entre una opción y la otra, mejor uno que se vea bonito y que sepa pronunciar bien en español. 

Pero, la elección fue cerrada y las cuentas son claras. La izquierda tiene más simpatizantes que el PRI en el Estado de México, si hubieran permanecido unidos, si hubieran sido un bloque, hoy los mexiquenses tendrían una historia diferente. El hubiera pudo haber sido hermoso, no lo es. El conteo rápido del Instituto Electoral del Estado de México dice que Alfredo del Mazo ganó con casi un treinta y cinco por ciento de los votos y Delfina se quedó muy cerca con menos de treinta y uno. Insisto, si se hubieran sumado los votos del PRD las cuentas les hubieran sido favorables. 

Los escenarios se van a tensar, ya lo sabemos. Andrés Manuel no reconoce el triunfo de Del Mazo, sabemos que anda con la mecha corta y que el eterno perdedor no entiende como hacer para asumir las derrotas con gallardía. Ahora el espurio será un gobernador. Eso, con independencia de la elección de Estado que denuncia Vázquez Mota. Ni que no los conociéramos.

¿Por qué no ganó Delfina? Porque Juan Zepeda se llevó parte de los votos de la izquierda. La arrogancia del líder de Morena lo llevó a formar un partido que, aunque ha prendido fuerte en cierto sector del electorado, no le está alcanzando para coronarse con el triunfo. El PRI tampoco está para brincar de gusto. Hace seis años Eruviel Ávila ganó con el sesenta por ciento de los votos. La izquierda calculó que en el Estado de México la gente ya no está tan feliz con el partido que ha reinado esos territorios, pero hizo mal sus cuentas al dividirse. 

Tristemente, las formas nos dejan ver que habrá problemas. Es posible que no se reconozca el trabajo de las instituciones y que eso de gobernar en santa paz no será tan viable. Pero, la oportunidad que se vislumbra es aprender la lección. Las divisiones no son redituables. No suman, restan y eso no ayuda a ganar.

¿A quién le darías el volante?

Por suerte, no me toca votar este domingo. En las elecciones del Estado de México participarán los vecinos y después se oír más de los mismo, de los discursos flamígeros con denuncias al proceder ajeno, con entusiasmo por el cambio sin dar muestras de lo que se piensa hacer, de kilos y kilos de basura electoral, de contaminación visual, auditiva y de toda la parafernalia electorera, hoy es el día de las urnas. Les tocará elegir y me temo que no lo tienen fácil.

Manuel Vincent propuso a los españoles una serie de preguntas interesantes que se pueden adaptar al Estado de México (El País, 4 de Junio 2007) Para descubrir a quien privilegiar con el voto podemos ponernos a imaginar. Si Teresa Castell fuera panadera, ¿le comprarías el pan?, si Juan Zepeda fuera policía, ¿te sentirías seguro bajo su protección?, si Josefina Vazquez fuera tortillera, ¿te vendería tortillas de a kilo, irías a du negocio a comprar?, si Delfina fuera la maestra de tus hijos, ¿estarías contenta con lo que de ella aprendieran?, si Alfredo del Mazo fuera anestesista, ¿te dejarías dormir por él, confiarías que él tendría la capacidad de despertarte del sueño? 

¡Ay, quién sabe!

Si el Estado de México es el laboratorio de lo que sucederá en el próximo año en las elecciones en México, ¿irías a comprar carne al establecimiento que atiende Alejandra Barrales?, ¿confiarías tus secretos a Alejandro Encinas?, ¿comprarías una casa construída por el Niño Verde?, ¿te asociarías con Ricardo Anaya?, ¿le harías favor a Andrés Manuel de llevarle un mensajito?, ¿te tomarías un café con Ochoa?, ¿te gustaría platicar con Dolores Padierna?, ¿cómo te sentirías si supieras que Beltrones va al volante del metro que te llevará a trabajar?, ¿le pedirías a Miguel Ángel Mancera una tacita de azúcar?

Lo cierto es que son pocos los electores que confían ciegamente en las opciones que se presentan. Muchas simpatías que se muestran son fruto de la conveniencia. Se vende el aplauso por una torta y un refresco, se gana la aprobación con un cheque, se canjea la intención de voto por algún beneficio. Pero, en realidad, es tan dificil cual de las opciones genera verdadera confianza. Para saberlo, imagina que tienes que llegar a tu destino, pero no puedes manejar tu auto, ¿a quién le cederías el volante? 

Me da mucho gusto no tener que votar en estas elecciones. 

El voto ruso

La gente en los Estados Unidos se está enfrentando a un fenómeno que los tiene temblando: están perdiendo la inocencia. Todo ese discurso que los hizo creer que ellos son el centro del universo, los anfitriones de la serie mundial —cuando sólo juegan ellos—, los que viven en la democracia perfecta, los defensores de la transparencia y todo aquello que han creído, todo se esta resquebrajando. Su democracia no es tan perfecta, su sistema electoral desistima el voto personal, su supremacía mundial está despostillada, su candidato no ha revelado su declaración de impuestos —ahí de seguro, hay conflicto de intereses— y ahora resulta que hay evidencia de que el voto ruso fue el que inclinó la balanza al candidato de sus conveniencias.

Las caras de incredulidad, de desconcierto, de orfandad dan ternura. No es que Trump vaya a ser el primer sujeto turbio de la historia en Estados Unidos, es la primera vez que se dan cuenta y que se están arrepintiendo. Pusieron en la oficina a un personaje que, aunque diga lo contrario, verá por sus intereses, dará prioridad a sus negocios, que tiene entramados fiscales en todo el mundo. Los estadounidenses declaran haber perdido el legado de Obama, la esperanza de ser liderados por una mujer, la oportunidad de ser dirigidos por una persona preparada. Claro, ella tambien tiene sus puntos oscuros, sin embargo, las oscuridades de Trump los tienen desangelados.

Ahora resulta que lo que piensan los demócratas es lo de menos. Ganaron los republicanos, pero la mal noticia es que lo que ellos pensaron tampoco importó, lo que importó fue lo que los rusos opinaron. Los votantes de Trump dicen que ellos sintieron que el próximo presidente los escuchaba. Lástima, no fue eso lo que llevó al presidente a la Casa Blanca, fue lo que creyeron del otro lado del mundo. No su voluntad. 

No en balde, Michelle Obama dice que ahora sienten que ya no hay esperanza. La falta de esperanza es la sensación regente, y ¿cómo no? Si ellos no decidieron su futuro. 

El papel de Vladimir Putin

Me imagino a Vladimir Putin sonriente, acariciando a un gato, sentado en su oficina viendo el mapa del mundo. Mientras los ojos se centran en lo que sucede en Estados Unidos, en Asia, en Europa, en Africa, él mueve los hilos de sus marionetas. Así, sin hacer mucho ruido, sin llamar mucho la atención, pone a sus personajes en acción e ilumina los colores del mapamundi como mejor le conviene. Deja que otros sean los que griten y él sonríe. Que se preocupen otros, dirá y le rascará la espalda a su gato que ronrroneará complacido.

Entretanto, al otro lado del mundo, en el Capitolio, el ala demócrata se rasca la cabeza pensando qué fue lo que salió mal. Se devanarán los sesos tratando de comprender cómo le hicieron para perder La Casa Blanca teniendo una candidata tan preparada, que ganó todos los debates y se les hace bolas el engrudo al darse cuenta frente a quien perdió. El personaje impresentable, el misogino, cínico, ignorante, la representación más burda del estadounidense, la cara del gringo que no sale de su casa y quiere juzgar al mundo, el manotas que todo destruye no tenía posibilidades de sentarse en la Oficina Oval y ahí está. Unos empiezan a sospechar que algo anda mal.

Además, la evidencia revela a una mayoría votante sufragando en favor de Hillary Clinton y un colegio electoral que permite que alguien que no fue el más votado llegue a ser Presidente no jugó a facor del ala demócrata, pero hay suspicacias y ¿cómo no? Estados Unidos está dividido y ve como su futuro presidente avanza haciendo ganzadas, llamando a líderes de países como Taiwán, haciendo enojar a China, jugando al tío lolo con México, amenazando a sus connacionales para que no slagan de su país, y Putin sonriendo. No se trata de ser un mal perdedor, pero como que hay algo que no embona.

No el balde, el periódico inglés The Gardian reporta que el Presidente Obama está recibiendo mucha presión para que revele el papel que jugó Rusia en las elecciones de los Estados Unidos. Obama guarda silencio y aguanta con estoicismo, de nada vale. ¿Creerá que si abre la boca será peor? Trump sale a declarar que Rusia no manipuló nada. Los que estamos observando pensamos que eso de andar dando explicaciones no pedidas, es muestra de una acusación manifiesta. El presidente electo se pone de cuernos y se va de cabeza.

Putin sigue sonriendo y cómo no. Mueve los hilos de sus marionetas y las cosas le van saliendo bien. Mira los resultados tras bambalinas y ve a sus criaturas respondiendo a sus deseos. El brillo en sus ojos da cuenta de que las cosas le van saliendo bien, pondrá palomitas en diferentes lugares se su mapamundi y pintará las cosas del color que mas le gusta. Y, le ganará la risa al darse cuenta de dónde es el lugar en el que mejor le están saliendo las cosas. Claro, como dije desde el principio, eso es lo que me imagino y la imaginación es eso. Sin embargo, puede parecer verdad, ¿o no?

Donlad Trump independiente

En el debate de los que aspiran a convertirse candidatos del partido Republicano  para ser presidente de los Estados Unidos, Donald Trump lanzó una amenaza que, estoy segura, está dispuesto a cumplir. Dijo que si no era nominado por su partido, se lanzaría en busca de la presidencia como candidato independiente. No se conformó con eso, también hizo alarde de la cantidad de millones de dólares que posee y aseguró estar dispuesto a meter las manos a sus arcas personales para sufragar su campaña.

Donlad Trump es un hombre del medio del espectáculo, sabe como moverse en ese territorio y conoce las formas para causar efectos en sus audiencia. Sin embargo, durante el debate olvidó uno de los pilares que apuntalan la industria del entretenimiento: el contenido. Trump está vacío, no tiene propuestas. Es evidente que la geografía no esta en su acervo, confunde un país con otro y piensa que Latinoamérica se llama México, pobre. Pensará que Cuba es lo mismo que Panamá y que su asociación con Venezuela no tiene que ver nada con China, tal vez piense que Asia sea un barrio en la Ciudad de San Francisco y que Corea del Norte sea el nombre de una nueva fragancia. 

Si lo suyo no es la geografía, menos lo es la economía. Insiste en construir un muro fronterizo para evitar que pasen los burros que vienen de México cargados de droga sin pensar lo que le harían sus compatriotas si tuvieran que vivir un día sin cocaína. No habla de planes de salud que inhiban el  consumo de heroina ni de cancelar todas esas leyes que permitan fumar marihuana en forma recreacional en varios estados de la Unión Americana. Tal vez no se ha enterado.

Tampoco es político ya que no sabe la etiqueta de la diplomacia y, como buen hombre de espectáculos, cree que soltando una frase efectista salvará al mundo. Pobre. Esa estrategia alcanza para los cincuenta minutos que dura un programa malo de televisión, no da para más.

Los estadounidenses, tan puritanos y tan ortodoxos no son afectos a estos ricos que meten la mano a la cartera y salen a conquistar el voto de los electores. Pero, evidentemente, Trump no sabe mucho de Historia ni de lo que sucedió en su país apenas hace unos años. Ojalá tuviera un equipo de asesores que le contara lo que le sucedió a un texano llamado Ross Perot. Así se ahorraría unos dólares y le evitaría al mundo la mortificación de estarlo escuchando.  

Pero creo que Trump no se va a callar. Necesita seguir haciéndole el caldo gordo a Hillary Clinton.

  
  

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