Mákaris, Petros
Traducción del griego de Ersi Marina Samará Spiliotopulu
Muerte en Estambul
Editorial Tusquets, 2008
De cuando en cuando, uno se topa con novedades que sobresalen y llaman la atención. Muerte en Estambul es el extraño caso de una novela de policías y ladrones en la que suceden cosas extrañas gracias a la magnífica pluma de Petros Márkaris. Se teje una línea narrativa en la que un detective está investigando a un asesino serial y cae en la conclusión peculiar: no quiere atrapar al malo de la novela. En realidad, llega un momento en que el lector está de acuerdo con el planteamiento del autor y con las reflexiones del detective.
Kostas Jaritos es el detective que aparece en una serie de novelas de Petros Márkaris y es un personaje que sobresale por ser un investigador atípico. Se aleja de las figuras emblemáticas de Sherlock Holmes —que todo lo sabe—, de Hercules Poirot —que todo lo deduce—, de Phillipe Marlowe —que está al tanto de todo el teje y maneje de los casos—, sino que es un hombre contemporáneo que al que se le ve interactuando con su esposa, se le conocen los problemas familiares y expresa opiniones económicas, políticas, migratorias y nos permite ver un mundo ajeno en ojos cotidianos. Muerte en Estambul, cuyo título es una especie de homenaje a otros de Agatha Christie es una rareza que envuelve temas contemporáneos alrededor de una línea narrativa de detectives.
Muerte en Estambul no es la primera de las novelas protagonizadas por el comisario Jaritos. La serie, que arrancara en 1995 con Noticias de la noche, llega hasta 2016 y, por el momento, para regocijo de los seguidores de Márkaris, no está a la vista la jubilación de su irónico, tierno y muy humano protagonista. Esta novela pertenece a lo que se ha dado por llamar el género de novela negra mediterránea y otro de sus representantes es Manuel Vincent.
El acierto de esta novela es que Márkaris nos mete de inmediato en el escenario que será una de las grandes mesuras que el autor tiene para el lector. Estamos en Hagia Sophia, en Estambul acompañando a un grupo de turistas en su recorrido por el lugar:
“La altura de la cúpula de Santa Sofía es de cincuenta metros con sesenta centímetros… suena la voz de la guía.” (p. 11)
El comisario Kostas Jaritos y su mujer, Adrianí, han viajado hasta Estambul con la idea de descansar unos días y mitigar algunos de sus problemas cotidianos. Entre ellos, ocupa un lugar preeminente el matrimonio civil de su hija Katerina, cuya negativa a casarse por la iglesia, a la manera tradicional, no abandona en ningún momento el pensamiento de su padre y, mucho menos, el de su ofendida y temperamental madre.
“¿Qué hacer cuando las decisiones de los hijos atormentan a los padres?” (p.17)
Las relaciones entre los miembros del grupo griego que comparte visitas, autocar y hotel, tampoco ayudan a que la estancia sea idílica.
“La cháchara informativa de la guía turística, más que ilustrarme, confunde.” (p. 12)
Pero todo puede empeorar: entre visitas a catedrales, mezquitas, tiendas y mucha, mucha comida local, Jaritos traba contacto casual con el escritor Markos Vasiliadis; ello lo lleva a embarcarse en la búsqueda de una anciana dama, María Jambu, la que fuera nana de la familia de Vasiliadis. Poco más se sabe de la señora, aparte de su viaje a Estambul desde la zona rural en la que habían transcurrido los últimos años de su vida.
“Se llama María Jambu, anoche quise averiguar si había viajado con ustedes” (p. 37)
Lo que parece inicialmente un simple caso de desaparición, se complica con el hallazgo del primero de una serie de cadáveres, griegos unos, otros turcos, que trastocará los días de ocio de Jaritos para transformarlos en una desafiante, y a ratos gravosa, colaboración con las fuerzas turcas de la ley.
“—¿Cabe la posibilidad de que también a ella la envenenaran? —Pinta que no. Si hubieran comido juntos, la habríamos encontrado en la casa. De haber muerto más tarde, estaría en algún hospital. En todo caso, la estamos buscando.” (p. 40)
Entre los elementos más interesantes de la obra, se encuentra la necesidad, propia de la novela negra, de plasmar la realidad social de las circunstancias de los personajes; en el caso de Muerte en Estambul, parece cumplirla con pasmosa facilidad.
“Supongo que me quedaré con la duda porque, cuando se trata de Adrianí, es imposible distinguir entre la verdad y la ficción.” (p. 55)
Así, encontramos multitud de escenas perfectamente reconocibles para quien esté familiarizado con el tradicional carácter griego, donde la familia ocupa un lugar primordial y las tradiciones, insertas en un mundo constantemente cambiante, son casi intocables.
“Todos los opresores tienen la misma cara, y todos los edificios construidos bajo su mandato, el mismo estilo.” (p. 59)
Su compromiso con el trabajo y la investigación complica sobremanera la relación del comisario con Adrianí, vivo retrato de la típica esposa griega; con todo, la mayor parte de las escenas cotidianas funcionarían igualmente en otros escenarios, por ejemplo, uno en el que la lengua fuese el español en cualquiera de sus variantes.
“Será que mi mujer tiene poderes de adivinación o que su maldición ha sufrido efecto, porque en cuanto salimos del comedor… pregunto aliviado pensando que podré disfrutar el resto de mis vacaciones y, al mismo tiempo, podré cerrarle la boca a Adrianí.” (p. 56)
Ahí es donde cobra más sentido la subclasificación de novela negra mediterránea que el propio Márkaris y gran parte de la crítica han dado a la serie del comisario Jaritos. Por oposición a la novela negra nórdica, los crímenes de la mediterránea son tal vez menos retorcidos, menos sangrientos. Lo importante no son los balazos, los chorros de sangre o la imagen del crimen sino la crítica social que se adhiere al género, haciendo una denuncia con sustento económico y político.
“Estampamos los nombres de Atatürk o de Venizelos en cualquier calle o pasaje que se nos ponga por delante, sea una avenida, un callejón o un camino de cabras.” (p. 58)
Pero ello no obsta para que la crítica social, principal aditamento del género, mantenga intacta toda su fuerza. Los problemas de convivencia entre culturas enfrentadas desde hace siglos se ponen de relieve a través de reflexiones en torno a la posición de las minorías en Europa o sobre la vida de los griegos que permanecieron en Estambul a pesar de las crudas presiones para expulsarlos tras los diversos desastres de los años cincuenta. No sale bien parado, gracias al eficaz retrato de caracteres de Márkaris, el oportunismo de quienes aprovecharon la presión política para enriquecerse con la pobreza y la miseria de otros.
“Soy un hijo de la minoría turca en Alemania. Cada vez que un turco mataba, robaba o agredía a alguien, le cargaban las culpas a la comunidad entera, porque los alemanes creen que todos somos iguales.”. (p. 164)
En medio de todo esto, la figura de quien comete los crímenes, acción desencadenante del núcleo de la investigación del comisario, se erige prácticamente en espíritu vengador de las injusticias sufridas en sus propias carnes y en las de sus seres queridos. La empatía del lector, guiado por el protagonista, así como el aprecio por la justicia poética de la obra, resultan inevitables.
“Por lo demás, la estancia está vacía. En la cama está tendida una mujer con el cabello blanco, labios carnosos y vello sobre el labio. Está en los huesos, y las mejillas, hundidas, se le han pegado a las encñias.” (p. 231)
En esta joya de la ambientación geográfica, política y humana, no solo Jaritos, también el comisario Murat, su esposa, las amigas grecoturcas de Adrianí, incluso la propia esposa e hija de Kostas Jaritos, se encuentran, al igual que Estambul (o Constantinopla), entre dos mares: la tradición frente a la modernidad, las obligaciones familiares frente a la libertad, la responsabilidad frente al deseo. El choque entre lo griego y lo turco queda, por tanto, convertido en mero símbolo, denotativo de una dicotomía de ingentes dimensiones y prácticamente irresoluble.
“Le doy una palmadita amistosa en la espalda, sin añadir ningún comentario, No quiero decirle que podría ser el último destello de luz antes de la muerte” (p.233)
También, vemos la claridad de la estructura del personaje:
“Por suerte, Adrianí nunca se ha engañado a sí misma, siempre ha sabido quien soy: Kostas Jaritos, madero griego” (p. 35)
Para concluir, la novela negra mediterránea tiene un toque de felicidad con el que Márkaris nos redime en las páginas finales:
“Intento borrar de mi mente la imagen de María y sustituirla con la de Katerina y Fanis. Por fin, mientras el coche baja hacia el puerto, lo consigo.” (p. 24)

Ven, asómate a ver lo que estoy pensando
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