Aulas híbridas

La vida tiene que continuar. No hay forma de pararla. El flujo vital no se detiene y el mundo está harto del encierro y de la falta de proximidad. Somos seres sociales. Necesitamos nuestros espacios de convivencia. Uno de esos lugares es el aula que es la esfera en la que se busca conocimiento a través de lo que se aprende del profesor y de lo que nos enseñan los compañeros. Los salones de clase son esos territorios sagrados en los que se enciende la luz del saber. La pandemia nos hizo abandonarlos, en el encierro los extrañamos, los añoramos con todas nuestras fuerzas. El confinamiento los transformó. Los salones de clases dejaron de ser paredes con pizarrón y bancas para transformarse en pantallas con muchas ventanas. Nos adaptamos, pero nos moríamos por volver. O, eso decíamos. Unos tienen miedo. En esa condición muchas instituciones dieron la opción de que regresaran los que quisieran y se quedaran en casa los que así lo eligieran. Esa prerrogativa se les dio más a los estudiantes que a los maestros. Volvimos a abrir las universidades, bueno, algunas universidades.

            La opción que se calificó como óptima, fue dar la elección de seguir en forma virtual a quienes así lo decidieran y permitir que regresaran a clases presenciales los que ya no pudieran quedarse en casa. A los profesores nos enfrentaron a otra prueba de resiliencia, una vez más. Nos enseñaron a usar tecnología de punta que nos permite dar clases en una plataforma y en un aula del campus universitario al mismo tiempo. El reto no es menor. Tuvimos que volver aprender. Nos enseñaron en poco tiempo el procedimiento: enciende esto, conecta aquello, sube el volumen, ajusta la cámara, este es el único rango en el que te puedes mover para que te pueda enfocar la cámara y no te salgas de radio o los de casa te dejan de ver. Muchos hablan de eso en este momento, pero no es lo mismo ver los toros desde la barrera que en la arena. Cualquiera podría pensar que el máximo desafío es dividir la atención entre los estudiantes presenciales y los virtuales. No. La batalla máxima de la que tenemos que salir triunfantes es la que luchamos con el cubrebocas. Tenemos una relación dicotómica con ese protector, de esos tratos de odio y amor que podríamos clasificar como tóxicos, aunque nos previene las toxinas. Es confuso.

            El cubrebocas es protección para profesores y alumnos, pero es una barrera que se erige entre quien imparte la clase y quien la escucha. Además, falta el aire, sientes que no puedes llenar los pulmones con el oxígeno suficiente, hiperventilas, te mareas, te da vértigo, mojas el tapabocas y encima, hay que usar lentes y careta. Todo se empaña, se obnubila la visión y se corre el riesgo de chocar con los escritorios. A veces creo que me voy a volver loca, otras veces me da risa al imaginarme lo que ven los alumnos: una especie de astronauta que lucha contra sí misma para poder dar la clase. Van dos semanas así.

Créanme, hace falta valor. Se necesita coraje para dejar de ver las cifras de muertes y contagios, para ignorar las advertencias que se detonan en el entorno, para no romper a carcajadas cuando pasas frente a un espejo y ves tu imagen disfrazada como navegante espacial. Me gustaría aventar el esparadrapo que me cubre los labios y poder dar una clase como antes. Quisiera abrazar a mis alumnos y decirles lo feliz que estoy de volverlos a ver. No lo hago ni lo voy a hacer porque sé que muchos de mis alumnos aún no están vacunados. No es suficiente que yo ya lo esté.

Las aulas híbridas son un lugar complejo y complicadísimo. Me da miedo no seguir los pasos tal como deben ser y descomponer uno de esos aparatos carísimos. No soy la única, así estamos todos. Pero hemos luchado peores batallas. La vida tiene que continuar y no era posible seguir dando clases a una pantalla en la que se iluminaban una serie de nombres porque todos los estudiantes tenían la cámara apagada. En ocasiones sentía que estaba dándole clases al tostador o al microondas. No era posible que los alumnos siguieran atendiendo desde su cama, acostados en pijama, adormilados y sin poner atención. Era necesario darles una opción a los que ya no tuvieran las fuerzas para seguir confinados y atados a una pantalla.

Fue por ellos por los que muchos profesores decidimos cerrar los ojos y no mirar las cifras elevadas de contagios ni las de los fallecimientos. Decidimos correr el riesgo y salir de nuestra zona de seguridad. Las aulas híbridas son un terreno incómodo en el que falta el aire, pero es lo que hay. Es el lugar en el que la Humanidad se pone de pie y empieza su marcha. Una nueva marcha. Hay que continuar. Ya no podemos parar.

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