XXV aniversario

Hace veinticinco años, frente al altar de la Capilla de la Virgen del Rayo, en la Iglesia de Santo Domingo de Guzmán, Carlos y yo nos prometimos sernos fieles en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad y amarnos y respetarnos todos los días de la vida hasta que la muerte nos separe. Recuerdo con tanta emoción que el Padre Hernández, el párroco que nos casó, nos pidió que nos tomáramos de ambas manos y las juntáramos para recibir la bendición: lo que Dios a unido que no lo separe el hombre. La fuerza divina llegó para formar un vínculo poderoso que nos ha protegido.

Así empezó esta aventura de altas y bajas en las que el cariño ha sido constante. En estos años, nuestro matrimonio ha tenido de todo: la prosperidad nos ha tenido de la mano y adversidad nos ha visitado. La enfermedad nos ha sacado sustos y la salud ha prevalecido. La vida nos regaló dos hijas tan hermosas como el amor que nos tenemos. Andrea y Daniela son la mejor muestra que da testimonio de lo que las palabras no alcanzarán a expresar. Los sombrerazos, las turbulencias, las tinieblas son un negrito en el arroz de una relación en la que las risas, la palabra sincera, la complicidad y admiración de ida y vuelta nos han llevado a formar un gran equipo. Si el negrito nos ha llegado a parecer la piedra que Sísifo va empujando montaña arriba, hemos sido dos los que codo a codo la han hecho rodar.

Cuando era una estudiante de Secundaria en el Colegio Simón Bolívar, antes de entrar a clases, corría a la capilla y le pedía a la Virgen del Rayo y al Señor San José por un buen marido. Me lo concedieron. En la Ibero, Gina, una de mis maestras de integración nos recomendaba que no buscáramos al más guapo porque la edad los volvía feos, ni al más rico porque el dinero no alcanza para unir nada, tampoco al rey de las fiestas porque tanto chiste aburre. Busquen al más inteligente, al que sepa platicar, al que te sorprenda, al que te deje ver puntos de vista que tú jamás hubieras imaginado, al que te escuche.

Ni Diógenes con su lámpara hubiera encontrado un mejor hombre. Carlos es eso y más por eso lo sigo queriendo por encima de todo y con todas mis fuerzas. A las pruebas me remito. Soy la harina de su costal, soy la vid que decidió estar en el centro de su jardín, nuestras hijas como ramos de olivo porque me ha enseñado que el amor no es ciego sino generoso y compasivo. Carlos es bueno, no es egoísta ni envidioso, se alegra con el bien, no lleva cuentas. Ha creído, me ha esperado, me ha disculpado, ha aguantado sin límites. Por eso es mi adoración.

Hace XXV años, le prometí que siempre seríamos nuestra media naranja. La verdad es que, con el paso de los años y de los kilos, dejamos de ser naranja y nos convertimos en toronja con límites cercanos a ser nuestro medio melón. Seremos la fruta que nos toque ser, siempre embonados, juntos, enojados o muertos de risa, de acuerdo o con puntos de vista encontrados, juguetones o serios, pero con ese amor del bueno del que dura y se queda sin importar los embates de la prosperidad, los retos de la adversidad, la mortificación de la enfermedad, los excesos de la salud.

Soy afortunada de haber encontrado al hombre de mi vida y de tenerlo a mi lado para decirle que después de veinticinco años quiero ir por otros veinticinco o más y seguir a su lado después de los límites que marque la vida.

Hace veintiún años

Hace veintiún años desperté con una emoción difícil de explicar pero tan intensa que la recuerdo tan vívidamente como entonces. Apenas abrí los ojos, la imagen del vestido de novia llenó el espacio de mi cuarto. Todavía en ese estado entre el sueño y la vigilia me arrebujé en las sábanas con la conciencia de que esos serían los últimos instantes, la última vez que me acurrucaría ahí. Me iba de la casa paterna a formar mi propio hogar a iniciar mi propia familia. El timbre del teléfono sonó y desde aquel día la voz de Carlos sería la señal de que la mañana ya había abierto y estabamos listos para empezar. 

Veintiún años después los sueños se han convertido en realidad y han superado las pesadillas que nos ha tocado enfrentar. La mano fuerte de Carlos ha sido sostén en tiempos de debilidad, el hombro ha sido sitio confortable cuando he necesitado consuelo y el mejor refugio en tiempos de tribulación, ese corazón es el mejor cofre para depositar confianza ciega. En estos años el cariño a crecido y la admiración se ha hecho más grande. 

Con Carlos de la mano es muy sencillo que nos gane la risa. Nos hemos aventurado en fantasías maravillosas y nos han salido tan bien. Basta ver a Andrea y a Dany para corroborar que digo la verdad. Hace veintiún años me vestí de blanco llena de ilusiones y con muchas incógnitas en el corazón. Las respuestas han llegado en formas tan distintas a como las imaginé, mi marido ha hecho que las cosas siempre salgan mejor de lo que yo pensaba.

Llevamos veintiún años de matrimonio y hemos sido afortunados. En la cuenta hay más risas que otra cosa y las mejores sorpresas superan los motivos de enojo y tristeza que tambien ha habido. Es un triunfo, lo digo con mucho gusto. Es un motivo de orgullo y de gran felicidad. También es la ocasión de elevar la mirada al cielo para dar gracias por tantas bendiciones recibidas cada día que nos ha permitido estar juntos.  Para dar agradecer a Dios por este hombre que ha sido el mejor compañero que pudo poner en mi camino. 

  

El sorprendente Acapulco

No hace ni tres días que Carlos azotó con furia al bellísimo puerto. Las afectaciones que hizo en conjunto con Blanca que llegaba del Golfo, se potenciaron. El mar de fondo se llevó entre las olas a la playa de la Angostura, las marisquerías y los sueños de mucha gente trabajadora que se parte el alma todos los días sirviendo a la genta que se acerca al mar para pasarla bien. Apenas antier, vimos las imágenes de lanchas volteadas sobre sus quillas, con los remos boca abajo y la desoladora certeza de la pérdida total. Ni de cerca fue lo que el paso de Manuel afectó a Acapulco, pero tanto viento no hizo caricias. Las palapas quedaron descopetadas y las palmeras despeinadas, muchos vidrios rotos y negocios hechos trizas. Todo estaba mojado y oliendo a humedad.

Sin embargo hoy, el sorprendente Acapulco surge en medio de todo entre rayos dorados y un sol maravilloso. El calorcito aprieta y la luz brilla intensamente. Ya huele a aceite de coco y a bronceador. Ya empiezan a salir las pelotas de playa de mil colores y los veleros recorren la linea del horizonte. Los que conocemos el puerto no dejamos de asombrarnos ante la capacidad de reconstrucción que tiene este rincón del mundo. Una y otra vez, la Bahía de Santa Lucía nos da motivos para admirarla y entregarle el corazón. Aquí no pasa nada, aunque haya pasado mucho.

El azul del mar, las nubes algodonadas y la brisa soplan con la sabiduria de la naturaleza. Ni mil presagios con sus nubarrones pueden con el esplendor de este lugar. Ni los vientos sostenidos de 140 kilómetros por hora ni las ráfagas de 160 se llevan la belleza que hay aquí. Todo en calma y todo en orden. Como una mujer que en su andar sufre un tropezón, así Acapulco se sacude, se acomoda y sigue adelante. Los acapulqueños elevan los hombros y sonríen. La vida sigue. 

Es jueves y es día de pozole. Es día de reunión y de alzar la copa llena hasta los bordes de mezcal amargo. La fiesta semanal no se pospone y el pretexto siempre es bueno para salir a compartir el pan y la sal. Todos los colores se dan cita en una mesa en la que ni falta el buen humor ni se perdona el buen sabor. Aquí están las chalupitas, las pescadillas y su majestad el pozole para hacerle frente a cualquier congoja. Es cierto, no se ve mucha gente por acá. Pero ya llegarán. Mientras, disfrutamos sin aglomeraciones ni tráfico de estar en este pedacito de cielo que cada día esta más lindo.

Hay Acapulco para rato y para todos: para los que vienen, comen y se van, para los que están de festejo, para los que  llegan de escapada, para los que vienen en familia y para los que le hemos empeñado el corazón. El mal que  en otros lados dura cien años, aquí no dura ni tres días. Las albercas, las canchas de tenis, los campos de golf y la playa, en fin, Acapulco en su conjunto ya está listo. ¿No me creen? Juzguen ustedes. 

   

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