Tequisquiapan, Qro.

Lo que me gusta de Tequisquiapan es difícil de explicar. El pueblo tiene actitud. No sé qué es lo que le da esta calidad, tal vez sea el azul del cielo, las nubes tan algodonadas, el adoquín, o esa plaza tan maravillosa. Tal vez sea que sus calles y sus rincones son muy limpios o que en el jardín del arte se vende rompope, mermeladas, nueces, amaranto, ajonjolí y queso. Es posible que todo se deba al sabor de las conchas de vainilla con nata de leche tibia. O, puede ser que la combinación de todo de como resultado un pueblo que fascina al visitante.

El poblado es grande, sin embargo, lo que encanta y atrae al visitante es el perímetro que se forma alrededor del centro histórico. Hay tanta herencia en este terreno que los espíritus tan antiguos dan la bienvenida a quienes se dan una vuelta por acá. Otomíes y Chichimecas poblaron la región antes de la epoca colonial. Los españoles se fascinaron por las bondades del clima y porque fueron bien recibidos por los pobladores originales. En realidad, la paz y la amistad se respiran en Tequisquiapan.

Es cabecera de la ruta del queso y el vino. Hay varias casas vinícolas que están floreciendo y las queseras están emprendiendo con formas modernas de curar la leche para generar quesos. Los sibaritas se sienten atraídos por la oferta. La hotelería tiene una buena relación entre lo que se paga y el servicio que se recibe. Sin embargo, la restaurantería tiene sus lados oscuros. Los precios son equiparables a los de la Ciudad de México, la calidad de los alimentos es muy buena pero el servicio no siempre está a la altura de los precios. Falta capacitación. No es cuestión de amabilidad, ya que la gente en Tequisquiapan es muy cortés, lo que sucede es que si alguien pide algo ligeramente fuera del guión, como más hielo o alguna nimiedad, la gente no sabe cómo responder.

Al ser ruta de queso y vino, el visitante espera probar los productos de la región. Pero, falta entrenar al personal para ofrecer botellas, entender el tipo de uvas, de acentos, de sabores. Tampoco saben que hacer si alguien regresa el vino porque no estaba bien. En ese sentido, es mucho mejor el servicio de desayunos que el de comidas y cenas. Es necesario que se tomen medidas ya que el sentir general es que Tequisquiapan es uno de los pueblos mágicos más caros del circuito y los servicios tienen un gran camino que recorrer para estar a la altura de los precios y las expectativas.

Dicho esto, hay que reconocer que el sonido de las campanas introduce un sabor exquisito y el señor que da bola a los zapatos, que tiene su silla en una de las esquinas del jardín es tan cuidadoso con el calzado que quita las agujetas para no mancharlas y deja la piel tan brillante que parece de charol. El balance es positivo. Tequisquiapan es un pueblo mágico del que no te quieres ir. Te vas y ya lo empiezas a extrañar.

  

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