La muerte, dónde está la muerte, nos pregunta San Pablo. Parece que la muerte se hace evidente en los sepulcros. Pero, los cementerios, las tumbas, los nichos, las urnas donde depositamos a los muertos no son lugares tan pacíficos como quisiéramos creer. La Humanidad ha hecho poco por preservar la paz de los sepulcros.
Desde toda la vida, hemos sabido que las tumbas son profanadas por diversas razones: roban las joyas con las que los muertos fueron enterrados, sacan cadáveres para venderlos a los estudiantes de medicina, sacan a la gente para volver a vender el espacio, ocupan los nichos desatendidos para guardar todo tipo de cosas. Si acaso te toca ser un muerto célebre, o te llenan de flores o te llenan de insultos, depende.
Si, además elegiste un campo de futbol para que tus restos fueran depositados, ya sabrás que si te sacan de ahí, como sucedió en el Camp Nou, no habrá sorpresas. Pero, si moriste hace siglos y fuiste un donador para que se construyera una iglesia y de repente la institución decide vender el inmueble y el nuevo propietario lo convierte en un bar, como sucedió en Dublín, en un hotel, como pasó en Canadá, como que la cosa se pone algo terrorífica.
Hay algo de morbo que pica a la gente cuando se trata de lo que sucederá con los restos de la gente. En España, cuando se enteraron de que iban a exhumar los restos de Franco, las visitas al Valle de los Caídos se elevaron significativamente. De repente, se pone de moda ir a visitar lo que dejará de ser un templo y se convertirá en algo más.
Tal vez soy demasiado conservadora, puede que sea romántica y llegar a la estridencia del gótico, pero, ¿sería mucho pedir que dejen a los muertos en paz? No sé. Entiendo que el cuerpo es un envase y que los despojos mortuorios no contienen a la persona. La ventaja de creer en el más allá, me deja ver que la muerte no es el punto final. Pero, eso de estudiar con el cráneo de alguien, o de echarte una cerveza sobre la tumba de alguno, me pone la piel de gallina.
Si le pones nombre, pues es peor. Este es el occipital de don Juan, o salud por Mr. and Mrs. O’Higgins cuyos huesos están aquí junto mientras me como una hamburguesa con papas fritas sí que está de terror, ¿o no?