Desavenencias

¿Cuántas veces nos hemos tallado los ojos, nos hemos llevado la mano a la boca o hemos movido la cabeza de un lado al otro ante la violencia que se genera alrededor del dinero? ¿Cuántas historias de envidia o de avaricia ha protagonizado la humanidad? Desde Caín y Abel hasta nuestros días son muchas. Los seres humanos se dividen en dos clases, los que se pelean por cuestiones económicas descaradamente y los que lo hacen discretamente. Todos los habitantes de este planeta luchamos por nuestra chuleta diaria y eso es lo normal desde que nos desterraron del Paraíso Terrenal. La diferencia radica en que algunos se ganan el pan con el sudor de su frente y otros simplemente se sientan a la mesa a exigir su parte.
Mientras el mundo gira y muchos trabajan para forjarse un patrimonio, otros exigen lo que no han trabajado. Mientras unos se ensucian las manos y hacen crecer un negocio, otros reclaman derechos —legítimos o no—, exigen privilegios, elevan el tono de voz, aprietan los puños, empuñan armas, no siempre de fuego, y una chispa empieza el incendio. Entonces, familias discretas, bien avenidas, amorosas, se rompen en mil pedazos. Padres se vuelven en contra de sus hijas, hijos atacan a sus madres, hermanos elevan al quijada de burro y la entierran en el cráneo del hermano y la historia del Génesis parece un cuento de niños. Todos esgrimen razones poderosas para justificar sus acciones. No hay justificación que valga. Es una lucha por dinero y aunque los protagonistas del pleito quieran disimular, no hay forma, la verdad siempre se nota. Yo creí que no, pero sí, siempre se nota.
El caso de Grupo Eulen, dueño, entre otras cositas, de las bodegas de Vega Sicilia, es otra historia de familias rotas por interés. Los pleitos familiares han salido de los muros y de los pasillos y la familia Álvarez airea sin pudor sus desavenencias, mostrando al que los quiera ver, que no lograron lavar los trapos sucios en casa y ahora es preciso hacerlo en los tribunales.
David Álvarez, un hombre trabajador y discreto fundó una empresa exitosa de esas que le dieron a la familia el glamour para codearse con jefes de Estado, reyes y nobleza. Su negocio factura miles de millones de euros al año. A los ochenta y seis años se resiste a las presiones de relevo de cinco de sus siete hijos.
Pero una mala sucesión manchó a la familia Álvarez. Después de haber elegido a Pablo, un hombre conocido en el medio empresarial como capaz y respetable, para dirigir el negocio, Don David el jefe se arrepintió. Parece que no le gustaron las decisiones que su vástago estaba tomando, especialmente por haber despedido a uno de sus amigos que formaba parte del Consejo de la empresa. Las razones que iniciaron los líos son lo de menos. Lo cierto es que las que reporta la prensa no siempre son ciertas, cada grupo cuenta sus mentiras para llevar agua a su rancho. La verdad se nota. El pleito tiene nombre y se llama cientos de miles de euros. Nada nuevo bajo el sol.
Es muy triste ver que los lazos familiares se rompen por dinero. Hay que tener cuidado, la naturaleza humana es así, todos queremos nuestra chuleta y la queremos lo mejor presentada posible. También dije que hay de dos tipos de seres humanos, los que trabajan un patrimonio, como David Álvarez y los que exigen lo que no han trabajado. Así empiezan los dimes y diretes entre los que tienen la misma sangre, aunque eso parece no importarles mucho. Unos declarando al padre incompetente, otros llamando al otro bando parias, malagradecidos. Unos y otros tratando de quedarse con la rebanada de pastel más grande. Don David se alía con un par de hijos, a los otros los llama díscolos frente a los medios de comunicación. Los díscolos dicen que la tercera mujer con la que se casó su padre a los ochenta y dos años y el amigo que siempre se ha beneficiado de su amistad con el señor
Álvarez, lo aconsejan mal y que los hermanos que lo apoyan se hacen de la vista gorda con tal de heredar más. Los herederos agitan la bandera de buenos hijos y gritan en contra de los otros hijos de su madre. Todos pelean por su tajada de la billetera que construyó alguien más. Es verdad que el señor David Álvarez tiene más de ochenta y cinco años pero lo cierto es que fue el sudor de su frente el que forjó semejante patrimonio. El hombre está llegando al ocaso de su vida con la chequera forrada y la familia rota. Los díscolos quieren ver a su padre. Los herederos les cierran el paso. Los Álvarez pierden. Los abogados, la prensa, las revistas del corazón hacen su agosto a costa de una familia rota.
Pero hay otro tipo de personas, uno que decide decir no al pleito. Hay gente que ante la ruptura, que no se evita, prefiere retirarse y decir,quédenselo todo. A esos el mundo los llama idiotas. Esos idiotas se alejan de la zona de los trancazos y prefieren tomar distancia en vez de mancharse las manos. De todas formas salen salpicados, pero al menos no participan del espectáculo.
Las bodegas de Vega Sicilia se han pintado de envidia y tienen gusto de ambición. Por desgracia, ahora, cada vez que nos llevemos a los labios una copa con el tinto del ensueño de la Rivera del Duero, nos quedará un gusto amargo. Por eso dicen que la ropa sucia se lava en casa.

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