El Papa Francisco tiene dudas y para despejarlas quiere preguntar. Tiene treinta y ocho preguntas muy concretas que no tienen nada que ver con el color de los ojos de los ángeles, ni con el tipo de llavero con el que San Pedro clasifica sus llaves. No. Francisco quiere preguntar para conocer de primera mano qué sufrimientos espirituales aquejan a las familias católicas.
Parece que ahora sí va en serio. El Papa se arremanga la sotana y se interesa por hacer lo que Cristo le pidió a Pedro: Apacienta a mis ovejas. Bergoglio asume el compromiso real que significa sentarse en la sede del Vaticano y deja a un lado, tal vez por lo pronto, los temas de alta teología y se ensucia las manos con el barro del que estamos hechos los humanos. Por fin, el Espíritu Santo es escuchado. Le susurra al Papa que lo urgente es atender la función de consolar. Paráclito quiere decir consolador.
Se le notan al Papa las ganas de abrir los brazos de la Iglesia para acoger a sus hijos y, como madre buena, apapachar, dar cariño. Se privilegia la mirada misericordiosa y se deja la actitud juzgona y justiciera que eleva el dedo índice para decir qué está bien y qué mal. Se empieza por reconocer la viga en el ojo propio y se pregunta por la paja del ajeno. ¿Qué te duele?, es la preocupación papal. Basta de marginar a la gente, no es bueno alejarla de los sacramentos. Los católicos hemos de ser influyentes. Hemos de obrar con amor.
Refundar la iglesia, así como Francisco de Asís. Así este Francisco quiere saber cómo afrontar la realidad de tantas parejas divorciadas y vueltas a casar, cómo incluir a los hijos de parejas gay, qué atención pastoral hay que dar a las nuevas figuras de convivencia que están sustituyendo a las familias tradicionales, qué hacer frente a la planificación familiar. En fin, el Papa Francisco está preocupado por lo que hoy necesitan las personas en el entorno y dentro de la realidad actual. ¿Qué necesitan de la Iglesia Católica?
¿A quién le importa si existe el limbo o no, si en la cotidianidad se vive en un infierno? El Papa está consciente. La Humanidad sufre en esta época, como seguramente ha sufrido en otras. Hoy la desesperanza colectiva va en aumento y lejos de necesitar las visiones de un juicio universal, se requiere de palabras amorosas de consuelo.
A mi me da un gusto enorme que el Papa se preocupe por disipar sus dudas y que para ello se acerque a su grey. Me alegro de que Francisco decida bajar hasta los fieles y preguntar. Ahí están las repuestas, no en cátedras de universidades prestigiosas que peroran sobre los más altos asuntos teologales.
Cristo, en sus días, supo convivir con todos, comía con publicanos, caminaba con prostitutas, reflexionaba con gente del Sanedrín, se preocupaba por la viudas y los desprotegidos, aliviaba enfermos, abrazaba leprosos, se acercaba a los niños, evangelizaba no desde el pedestal sino a nivel del suelo. Ahí dónde se tienen los pies en la tierra.
En el cielo, ángeles, arcángeles, santos y la corte celestial entera estarán sonriendo. María aplaudirá feliz. Por fin alguien se ocupa de lo que es realmente importante, de lo que en verdad les toca. Por fin alguien deja de interesarse en lo que pasa en los pasillos del más allá y se ocupará de lo que sucede con las criaturas amadas de Dios en la Tierra. Por fin alguien se ocupará del verdadero mandato de Cristo. Parece que ahora sí tenemos Pastor.
Ojalá ya lo dejen trabajar. Ojalá el Diablo no meta la cola. Espero, con el alma espero, que Francisco despeje sus dudas y por fin le desate los brazos a la Iglesia para que en ella pueda acoger a tanto ser humano que necesita hoy, en estos momentos de consuelo.
Ven, asómate a ver lo que estoy pensando