La afición mexicana

Los mexicanos somos apasionados en cualquier tema. Parece que se nos va la vida en un juego callejero de rayuela y a la menor provocación nos ponemos intensos. Somos así. Nuestra cotidianidad está llena de entusiasmos y fervores. En general, México es un pueblo de fe, confiamos más allá de la lógica. Aquí hasta los ateos creen: ponen sus esperanzas en la democracia. Si se trata de vivir, la vehemencia es una característica muy mexicana.
El futbol es uno de los terrenos donde propios y extraños demostramos el arrebato que nos quita el alma. El juego nos chifla y somos capaces de hacer locuras con tal de serle fiel a nuestra pasión. No hay otra selección en el mundo que tenga seguidores más leales, cariñosos, entusiastas y hasta ingenuos.
¿Hace cuántos mundiales hemos sabido de mexicanos que se quedan varados en el país sede porque fueron engañados por alguna agencia de viajes? Hay cantidad de historias de individuos que han dedicado la vida a guardar su dinerito para acompañar a la Selección en los partidos del Mundial. Gracias al amor que la afición mexicana le profesa al equipo nacional, los estadios en los que juega México se convierten en locales y se pintan de verde. Los jugadores siempre son apoyados.
La gente no sólo usa la camiseta de la selección, se disfraza, se personifica, lleva instrumentos, echa porras, grita y apoya con una pasión que es digna de admirarse.
Por lo general, los reporteros aprovechan para contar historias de un mexicano que se hizo pipí debajo del Arco del Triunfo en París y apagó la llama perpetua, o del chico que en un ataque frenético se lanzó por la borda, o de algún compatriota que arrastó el apellido y el orgullo nacional por las calles haciendo desaguisados. Entonces, los más agraviados defensores del honor nacional se rasgan las vestiduras y se revuelcan adoloridos por la falta de clase que se demuestra al salir del territorio nacional.
Yo no.
Hoy, si a alguien hay que rendirle tributo es a la afición mexicana. Son un grupo de apasionados que al grito de guerra, aprestan el acero y el bridón para que retiemble en sus centros la tierra al sonoro rugir del cañón que construyen con sus voces y sus porras. Esos sí son los soldados que el cielo le dio a la patria en cada hijo.
Honor a quien honor merece. Son esos mexicanos los que con tanto entusiasmo dicen Antes patria , que inermes tus hijos sus cuellos dobleguen, te juramos exhalar hasta el ultimo aliento, lo que nos convoca a lidaiar con valor.
A quienes critican a la afición mexicana yo les mando una sonora trompetilla. A los paisanos que tienen micrófono y lo han usado para lanzar críticas flamígeras contra la porra mexicana, les grito lo que se escucha en los estadios cuando el portero contrario despeja.
La afición mexicana merece una guirnalda de honor.

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¿Cómo no querer a Joseph Blatter?

¿Cómo no vamos a querer a Joseph Blatter? Mientras en Europa piden a gritos su dimisión, en México lo queremos a cuatro pulmones. Al otro lado del Océano Atlántico muchos sospechan del perpetuo color rojo de su nariz, del parecido que tiene al ex presidente ruso Boris Yeltsin, no sólo por los rasgos físicos sino por sus costumbres, lo critican por su amor al alcohol y se desgarran las vestiduras por los chistes que hace. Acá, en cambio, amamos con pasión al suizo que preside la FIFA.
Insisto, ¿cómo no lo vamos a querer sí nos acaba de entronizar en los altares a un nuevo santo? San Piojo Herrera. Si no hubiera sido por Blatter, Miguel no hubiera podido demostrar sus dotes como timonel de la selección de futbol nacional. Jamás hubiera podido lucir sus habilidades estratégicas contra la majestuosa selección de Nueva Zelanda, cuyos jugadores, prófugos del rugby, padecieron la furia y la puntería de la magnífica selección mexicana. Sin Don Joseph Blatter, El Piojo jamás le hubiera podido decir Haste pa’llá a Vucetich para llegar al relevo y ser la salvación de todo un pueblo.
Nos da lo mismo que el suizo haya hecho alguna bromita a costa de Cristiano Ronaldo. No entendemos las razones para sentirse tan ofendidos del portugués y del presidente del equipo merengue. El presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, ha pedido al presidente de FIFA, nuestro amadísimo Joseph Blatter, que rectifique las declaraciones que realizó durante una intervención en la Oxford Union Societ, en la que mostró sus preferencias por Leo Messi antes que por Cristiano Ronaldo, de quien dijo que «gasta más en su peluquero». El Real Madrid, molesto por las declaraciones de Blatter, ha pedido por carta que el máximo mandatario de FIFA se retracte de las palabras que pronunció. Tal vez hasta el presidente portugués exija una satisfacción a nuestro suizo favorito.
No aguantan nada. Tan lindo Blatter y allá no lo aprecian. En cambio en estas tierras no nada más los aficionados al futbol lo aman, también los dueños de televisoras, los fabricantes de playeras, los que tienen agencias de viajes, los que trabajan en líneas aéreas, los fabricantes de maletas, los anunciantes, las agencias de publicidad, las cerveceras, las refresqueras, los que fabrican botanas, los que venden salsas, hombre, todos aman por acá a Joseph Blatter.
Tanto en México como en Brasil estamos agradecidísimos con el presidente de la FIFA por darle tantas oportunidades a la selección mexicana para lograr un boleto al Mundial. Creo que hasta el presidente Enrique Peña quiere hablarle para darle las gracias. No dudo que Dilma Rouseff tenga las mismas intenciones.
Lo que sucede es que la afición mexicana genera una derrama económica, para nuestro país y para el anfitrión del Mundial, sumamente jugosa. ¿Si no, por qué tanto interés y tantas oportunidades para que México participe? Ni modo que sea por el deseo de ver a Giovanni, al Cepillo o a Rafa Márquez en la cancha. ¿A poco creían que era por amor auténtico al Tri?
Pero en México nos da igual. Por fin la selección nacional nos quita la mortificación de quedarnos con los boletos para ir a Brasil a echarle porras a otro equipo. Finalmente nos pondremos la camiseta del equipo nacional en vez de usar otra de un país que a lo mejor ni sabemos en dónde está. El presidente de la FIFA nos exenta de la necesidad de jugar bien fútbol para ir al torneo más importante de este deporte. Eso es mérito suficiente para amar a cuatro pulmones a Blatter. ¿O, no? ¿Cómo no lo vamos a querer?

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