Caminar por las calles de Mdina, Malta es una experiencia extraña, la afonía te envuelve, el sigilo te acoge y al ir al paso por sus callejones estrechos y sus calles de piedra no hay forma de no quedar integrado al misterio. Entre el calor de cuarenta grados, el sol intenso, el reflejo de la luz sobre sus casas y edificios el visitante tiene la impresión de haber regresado al pasado, a una vida anterior, a una dimensión alterna. Es esta extraña falta de ruidos lo que hace que el lugar de haya ganado el apodo de Ciudad del Silencio.
Entramos a la Mdina amurallada y entendemos las razones que tuvieron para venir a filmar Game of thrones. El cerebro tan acostumbrado al ruido de la cotidianidad, a las prisas, al tráfico y al barullo encuentra un remanso en la calma de este lugar en el que los segundos se arrastran y casi podemos escuchar los granos que caen despacio en el reloj de arena.
Hay, como en todo sitio turístico, los recuerdos de Malta hechos en China que nos recuerdan a los templarios, a las cruzadas, a los guerreros y las expediciones para recuperar Tierra Santa. Hay grupos de visitantes pero por curioso e increíble que parezca, no hacen ruido. Se dejan invadir por esa tranquilidad silenciosa que sus habitantes cuidan y hacen respetar en forma suave.
Al entrar a Mdina la calma y el sosiego te llevan a una magnitud en la que por fuerza al contemplar lo de afuera te jala la profundidad interior y en silencio admiras el exterior y entras a las honduras del propio ser. Y así, te enteras de quién puede ser la identidad que te habita.