Los oficiales de policía Padilla y Jaramillo

Siempre me he preguntado por qué en México cuando uno ve a un oficial de la policía lejos de sentir protección, siente desamparo. Ayer tuve mi respuesta. Hace quince días empecé a dar un taller de emprendimiento en la Universidad del Claustro de Sor Juana, en el Centro de la Ciudad de México.
La fascinación que ejercen los callejones, los ritmos tan distintos que vive esa zona se la ciudad, lo viejo de sus edificios, las vistas llenas de cúpulas de iglesias antiguas y la Torre Latinoamericana como cereza del pastel hicieron que la ilusión por ir a trabajar ganara dimensión. Ayer la rompieron y la hicieron añicos. Hay que reconstruir.
Salí del Claustro alrededor de las nueve de la noche. A esas horas las calles están solas y oscuras. Tomé la calle de Isabel la Católica y al llegar a la esquina de República del Salvador quise dar vuelta a la derecha pero un oficial me advirtió que la vuelta estaba prohibida pues la calle es de uso exclusivo del Metrobús. Me eché en reversa de inmediato, sin siquiera haber pisado el carril prohibido. Tomé nuevamente la calle de Isabel la Católica y cien metros más adelante llegó un policía en motocicleta y me pidió que me orillara. Eligió el lugar mas oscuro. Sentí la piel chinita y el estómago me dio un vuelco. ¿Y ahora, qué quiere este sujeto?
La historia ya la pueden intuir, los amables policías del Centro Histórico de la Ciudad de México se agolparon en torno a mi coche como si fuera una manifestante con bomba molotov. Sirenas, luces, torretas y un enjambre de uniformados aparecieron de Dios sabe dónde. Los oficiales Jaramillo y Padilla me amenazaron con llevarme al corralón, me advirtieron que ya estaba dada una alerta por radio a todas las unidades de la zona para que no pudiera escapar y que si lo hacía había una pena corporal que purgar. ¿Qué hice?
Infringió la ley. ¿Cuándo? Se dio la vuelta en República del Salvador. No, me eché en reversa. Deme sus documentos. ¿Por? ¿Quiere que llame a la fuerza pública para que la arresten?
Estaba sola y rodeada por una jauría dispuesta a bajarme del coche y dejarme en la oscuridad de la calle. Yo seguía confundida, sin entender la gravedad de mi delito. Entregué mis documentos, temblando ante la posibilidad de pasar la noche en un separo del Ministerio Público del Centro. Ya lo antiguo de los edificios y los callejones no me parecían tan pintorescos. No había nada de romántico en la situación, todo era mas bien gótico. Era el tiempo de la Inquisición del siglo XXI, estaba siendo acusada por una falta que iba a cometer y tenía que pagar por ello.
Desesperada, y para mi propia sorpresa, empecé a llorar. Los hombres reaccionaron como perros frente a la sangre. Les di cuerda. Los nobles oficiales Padilla y Jaramillo se reían a carcajadas, llamaron a la grúa y le pidieron que me enganchara. Oiga, no pueden hacer eso, estoy en el vehículo. ¡Bájate, güera! ¡Ni la hagas de tos, madrecita! ¡Y no lloré que nadie le está haciendo nada!
Señores, vengo de trabajar, de hacer las cosas por la buena. Me equivoqué al tratar de dar una vuelta prohibida pero no la di. ¡Ay, güera, que necia eres! ¿Por qué no buscamos la manera de arreglar las cosas, madrecita? Adelántate, estaciónate allá en la esquina para ponernos de acuerdo.
No fue terror, fue pánico lo que sentí.
Siempre he defendido a los policías porque creo que son un sector muy maltratado, porque los tienen mal entrenados y sin muchas garantías. Creo firmemente en la figura del policía de la esquina, ese individuo que protege a la gente, la conoce y forma parte de la vida de los barrios. Ese uniformado que ayuda y da seguridad.
Por desgracia, ayer los agentes Padilla y Jaramillo se encargaron de ponerme frente a una realidad terrible. Ellos no quieren proteger a nadie, quieren extorsionar. El Centro está lleno de bandidos que portan uniforme, tienen permiso de sacar una pistola, tienen la autoridad de detener a una mujer y amenazarla con llevarla a los separos y meterla ahí a pasar la noche.
Mientras paso ese trago amargo, el Delegado de Cuauhtémoc pide licencia y se la dan. ¿Quien está encargado del despacho? La oficina del Jefe de Gobierno está a unos cuantos metros de donde, todos los días, se extorsiona a la gente de bien. ¿Qué nadie le contará lo que pasa justo en sus narices?
Ayer por la noche, Padilla y Jaramillo me trataron como delincuente por algo que iba a hacer mal pero no hice. Ahí está la respuesta. Por eso en México, la gente siente desamparo al ver a un policía en vez de sentirse protegida. Hay que reconstruir, lo malo es que los que deberían de ocuparse en hacerlo andan consagrados en buscarse otra posición que les permita seguir viviendo del erario público.

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