Un Guadalupe Reyes total

Esta vez no fue hablar por hablar, ni experimentar en cabeza ajena. Por primera vez en mi vida me tomé, enterito, el puente que inicia el doce de diciembre y termina el seis de enero. El puente más largo de la tradición mexicana, el Guadalupe Reyes, tomó forma y las circunstancias hicieron que el asueto empezara antes de lo acostumbrado y terminara después. Ni cuando estaba en la escuela tuve tantos días de vacaciones efectivas.
El tour, mágico y misterioso, de diciembre nos llevó a ver la Torres de la Catedral de San Miguel de Allende, a comer helados de sabores exóticos en Dolores, a perdernos en los callejones de Guanajuato, a recorrer los caminos del sur y descubrir que Acapulco hizo la tarea para ponerse guapo y recibir a tanta visita; a dirigirnos a la antigua ciudad de Antequera y a encontrar cualquier pretexto para tomar chocolate en los portales de la plaza de Oaxaca, a admirar la grandeza del Tule, a comer tamales en el sitio arqueológico de Mitla, a probar chapulines en el mercado, a admirar el trabajo que las manos indígenas dejaron en el convento de Tlacochahuaya, a llenarnos los ojos con los oros de Santo Domingo, a comer mole negro. También nos llevó a la vera del lago de Valle de Bravo para hacerme patente la fuerza de voluntad y la belleza que brota de las manos de mi amiga Bibiana. Regresé a Acapulco y corroboré que las visitas llegaron por montones al bello puerto.
De tanto, me quedo con la maravilla de ser mexicana, con el orgullo que da la belleza de la tierra propia. Me apropio del cielo tan azul de San Miguel y del rosa de sus canteras, de lo heroico de Dolores y de las campanadas del templo de SanDiego. Me hago mío el verde de las piedras de Oaxaca, de los colores de la noche de rábanos, de la Nochebuena oyendo marimba, de la Virgen de la Soledad y de su atrio comiendo helados. Es mío el rumor del riachuelo de esa casa construida a pulmón en Valle. Igual que con la enseñanza de ver como el sí se puede vence a las razones del no. También con el trabajo de los acapulqueños que han padecido tanto y tanto pero que está temporada vieron flores y frutos color turista.
Cualquiera pensaría que después de toda esta danza estoy exhausta y no, es al revés. Regresé con la pila súper cargada, lista para, ahora sí iniciar el año con el pie derecho y a todo vapor. Es verdad, fueron muchos kilómetros recorridos por tierra, todos por tierra. Ahí estuvo gran parte de la aventura. Tuvimos la libertad de entrar y salir a nuestro antojo, sin horas de antesala ni vuelos en conexión. Sin excesos de equipaje ni revisiones violentas. Nada de malas caras, todo fueron buenos modos, hospitalidad y sonrisas. Sabor a higos, chocolate de nixtamal, tortillas hechas a mano, aromas de jazmín y tierra mojada, rumores de grillos e instrumentos de viento. Viajar así se siente rico.
Mi México, ese que da abrazos entrañables y besos de colores. La tierra bendita que pone sonrisas en los labios y esperanza en el corazón. Tan diferente y tan rico. Tan digno de ser caminado. Por eso, a penas me alcanzaron los días de este Guadalupe Reyes, siente que a penas me fui y ya vengo llegando. Ahora a trabajar, a dejar que lo que se sembró en el corazón en cada una de las regiones visitadas germine y transforme.

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